Hamid Skif, cuyo verdadero nombre es Mohamed Benmebkhout, nace en 1951 en Orán. Escritor y periodista, en 1997 se establece en Hamburgo invitado por una fundación de apoyo a los perseguidos políticos y posteriormente obtiene una ayuda del PEN-club alemán en el marco de su programa "Escritores en exilio". Además de participar regularmente con lecturas de su obra y conferencias en manifestaciones literarias a través del mundo, es director ejecutivo de ALIFMA, ONG creada en Hamburgo para promover los intercambios culturales entre África del Norte y los países de habla germana.
En noviembre 2005, Hamid Skif es galardonado con el premio Literatura en Exilio por Señor Presidente, premio que se otorga en Alemania cada tres años.
La enfermedad le arrebató prematuramente la vida en marzo de 2011.
Sus novelas, relatos y poemas, fruto de una imaginación desbordante y unas vivencias tumultuosas, reflejan su firme compromiso de luchar contra la injusticia sin perder el humor, la ternura y la poesía.
Señor Presidente es una novela que se va tejiendo a través de una serie de cartas escritas por un jubilado al presidente de la república para indicarle cómo debe llevar el país y reclamarle, de paso, la pensión. El autor encuentra así el pretexto idóneo para plasmar la vida de las gentes humildes, sus sueños, sus preocupaciones y su maña para buscarse la vida. A lo largo de estas cartas que destilan una mezcla inusual de lirismo, frescura e ironía, asistimos a un verdadero calidoscopio de estados de ánimo experimentados por un hombre que no quiere ceder a la desesperación a pesar de las adversidades tan banales como rudas.
De esa buena literatura que no abunda mucho.
Señor Presidente,
Permítame que le felicite por su triunfal elección a la magistratura suprema. Es usted sin sombra de duda el hombre que salvará nuestro país de los peligros que lo acechan. La verdad es que me pregunto por qué se ha esperado tanto tiempo para recurrir a usted. Las esporádicas voces que se alzan para impugnarle una legitimidad cuyo don le ha hecho la Historia no son más que las de los envidiosos y los ineptos. Pero no tema. El ejército de los que rezan para que salga el sol sobre nuestra infeliz nación está de su lado. Yo soy uno de sus fieles soldados, a pesar de las críticas de mi primogénito, tan obcecado él –como tantos otros– por las nocivas ideas de los saboteadores que se empeñan en socavar la moral a sus partidarios, Señor Presidente.
No ignorará que he venido enviando a sus antecesores unas epístolas que permanecieron siempre sin respuesta. Le adjunto copias esperando que las lea.
Acepto de antemano las disposiciones que se dignará usted tomar para resolver los problemas que en ellas se abordan. Su solución condiciona el porvenir. Me he embarcado estos últimos días en la redacción de un informe que retoma mis propuestas. Hay un capítulo dedicado a la cultura. Este campo ha sufrido tantas vicisitudes que merece iniciativas diligentes y revolucionarias, si me permite la expresión.
Estoy convencido de que sabrá examinar, de forma sosegada, mi contribución, para extraer de ella las orientaciones que van a permitirle desarrollar una política audaz, cuyos frutos recogerá en breve.
Permítame sin embargo ponerlo en guardia contra la masa de consejeros que ha heredado. Esos marrulleros de mala calaña, consabidos lisonjeros de sus predecesores –cuyas tumbas cavaron ellos mismos– no merecen el menor miramiento. Ellos tienen la culpa de que no se prestara consideración alguna a mis envíos. No me quejo. Así tiene usted la primicia de las recetas que preconizo desde hace tanto tiempo. Deshágase pues de esta mamarrachada contumaz que le desbaratará sus resoluciones, si no se cuida. Encontrará en los batallones de sus partidarios a unos consejeros mucho más aptos para llevar a cabo con usted las acciones que desea impulsar.
Pese a sus inclinaciones, mi hijo mayor, que ha realizado unos sustanciales estudios económicos, podrá servirle. Me bastará con amonestarlo para hacerle entrar en vereda. Su conocimiento sobre los entresijos del mercado negro haría de él un gran ministro de Comercio, pero no nos precipitemos. Era una simple idea, como las que me suelen ocurrir.
Tendrá usted tiempo de sobras para calibrar de qué pie cojean los hombres que lo rodean. Esperaremos buenamente a que esté curado de sus entelequias y pueda llevar este país hacia mejores días. No le quepa duda, nuestra paciencia no tiene límites.
Quedando a la espera de sus noticias, me despido manifestándole, una vez más, Señor Presidente, nuestra dicha de verlo por fin en cabeza del ejecutivo.
Su devoto H. B.
Inventor-pedagogo jubilado
PS: El pago de las jubilaciones padece unas lentitudes inexplicables. Hace tres meses que espero la mía. El señor ministro de los Asuntos Sociales echa la culpa a su homólogo de las Finanzas. En unas declaraciones realizadas en la radio, alegó que la reestructuración de las cajas de pensiones no podría implementarse de la noche a la mañana. Estoy dispuesto a creerlo pero la política del avestruz no ha pagado nunca a nadie. El caso es que vivimos al fiado y el tendero Bualem nos amenaza con cortarnos los víveres. ¿Podría usted decir dos palabras al ministro acerca del asunto?